Pedagogía

Las tres “C” del proceso de aprendizaje

Por Tasha Vignau
Licenciada y Profesora en Ciencias de la Educación

Viernes, 14 de septiembre de 2023

Encontrarnos en el aula con otros, virtual o presencialmente, en instancias de enseñanza y en momentos de posibles aprendizajes, es por demás complejo. Son muchas las aristas desde donde puede mirarse el aula, pero en esta oportunidad será desde la mirada, siempre subjetiva, del/la docente.

En mi caso particular el aula de nivel secundario es un pluricurso, donde estudiantes de diversas edades cursan diversos trayectos en la misma aula y al mismo tiempo. Esto le suma al trabajo docente una serie de complejidades extras, pero que encuentran puntos en común para pensar cualquier aula y clase.

Pienso mucho en qué cuestiones de un pluricurso pueden ser útiles para llevar o reflexionar a otros espacios. Es que por momentos el aula parece un espacio distinto a todo, una isla dentro del cotidiano de las personas; y en otras situaciones el aula parece lo más cotidiano del mundo. Allí por donde permea lo social a la escuela, donde se replica lo que pasa afuera, como si las paredes del aula fuesen porosas (de hecho, lo son).

A partir de esta reflexión pude detectar que el proceso de aprendizaje que llevan a cabo los estudiantes cuenta con tres características que pueden trasladarse, me animo a decir, a cualquier instancia donde alguien esté aprendiendo.

El proceso de aprendizaje es conjunto, continuo y constante. Tres “C”. Tres características.

Conjunto

Las situaciones donde alguien aprende son en conjunto. Siempre existe un otro que aporta la palabra precisa para acompañar la comprensión. Ese otro es el docente, el compañero de clase, el autor del libro leído, etc.

El aprender implica siempre una situación de encuentro y de relación con otro. Aun cuando una persona esté realizando una actividad de forma individual, está teniendo un encuentro con un autor, con la palabra de otra persona.

Que el encuentro se suceda casi por defecto no implica que nosotros como docentes no invitemos y favorezcamos que ello ocurra. Comprenderlo, nos permite estar atentos a ello, al modo en el que habilitamos la construcción de vínculos pedagógicos. En ocasiones será más sencillo e incluso no requerirá de nuestro aporte, cuando la relación es con otro. Pero:

¿Qué ocurre cuando esa relación pedagógica es con nosotros? ¿Qué tan preparados y atentos estamos a la construcción de un vínculo que posibilite el aprender? ¿Qué tanto de nosotros mismos ponemos en juego en ese encuentro?

Fuente: Obra de arte en miniatura. Tatsuya Tanaka.
Continuo

Por otro lado, el proceso de aprendizaje es continuo. Con ello quiero decir que se sostiene a lo largo de la vida de cada persona. Los humanos aprendemos prácticamente todo el tiempo y durante toda nuestra experiencia. El aprendizaje no queda dentro de las paredes de la escuela ni se reduce a la hora de clases.

Esto puede resultarnos confuso porque entonces los docentes tenemos una profesión que excede ampliamente nuestro momento de trabajo. Trabajamos sobre algo que va más allá, que sale del ámbito laboral. Intentamos enseñar a sujetos que vienen aprendiendo cosas desde que nacieron y que continuarán haciéndolo, aunque nosotros ya no estemos.

Claro está que el proceso de aprendizaje no es una línea recta, sino que implica idas y vueltas, avances y retrocesos, pero sí es una línea continua, que no se interrumpe.

Ante ello, los docentes nos damos a la tarea de acompañar una parte de esa línea continua. A guiar, tal vez, parte de ese recorrido. A asegurarnos de que todo el entorno de esa línea propicie el avance. Pero sobre todo a entender que debe seguir sin nosotros. Que la línea es larga y no siempre nos implica, por lo que en el corto tiempo que compartimos, damos una serie de herramientas que le ayuden a esa persona a sostener la continuidad del aprendizaje.

Fuente: Obra de arte en miniatura. Tatsuya Tanaka.
Constante

Además de continuo, el proceso de aprendizaje resulta constante. No quiere decir esto que el aprendizaje se dé de igual forma en todos los casos y para todas las personas. Me refiero a la constancia en términos más ligados al hábito. Aprender implica necesariamente la construcción de un hábito.

Podríamos pensar que ese hábito es igual a sentarse a estudiar y leer durante horas. El famoso “horas de cola en la silla”. Pero ello implica que existe un único hábito que permite el aprendizaje, y me atrevo a disentir. El estudiar un día antes es también un hábito. El no sentarse nunca y aprender casi que espontáneamente por escuchar o ver, es también un hábito. Todas estas son efectivamente prácticas constituidas a lo largo del tiempo, ejercitadas y sostenidas, que posibilitan en mayor o menor medida algún grado de aprendizaje.

Esto me resulta especialmente interesante porque es sabido y repetido que todos aprendemos de formas distintas, pero aun así parece que existe cierta idea generalizada de que quien no estudia, no aprende. El estudiar, académicamente validado, parece ser único e idéntico para todos. Si el aprendizaje es particular para cada persona, entonces el estudio, constante y hecho hábito, es también específico para cada estudiante.

Tres “C” es poco

Como verán, no hay en este escrito conclusiones concretas ni respuestas definitivas. Tres características pueden parecer poco para describir algo tan complejo como el aprendizaje. Sin embargo, considero que ordenar esta serie de conceptos nos permite hacerlos conscientes, buscarlos en el aula y reflexionar sobre ellos. Cuestionarnos en qué medida los favorecemos u obstaculizamos.

¿Qué otras letras, además de la C, interpelan la clase? ¿Qué porciones del alfabeto permean las paredes del aula (que ya mencionamos, son porosas)?

Tasha Sofía Vignau

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