Pedagogía

Un cuerpo del que hablar

Por Génesis Aquino Bocco Lic. en Psicomotricidad y Lucia Macarena Rodriguez Prof. en Ciencias de la Educación.

Jueves, 8 de diciembre de 2021

En esta oportunidad, haciendo eco de conversaciones con colegas y como correlato de intercambios entre profesionales de diferentes instituciones y niveles educativos, intentaremos esbozar algunas líneas para registrar al cuerpo en la tarea docente, tomando conciencia de él, reconociéndolo como expuesto y atravesado por un sin fin de emociones, intencionalidades, deseos, cansancios e ilusiones.

Proponemos un puente entre dos disciplinas: la Psicomotricidad y la Pedagogía; ambas con un anclaje en el campo de la educación. Sin la intención de generar un diálogo cerrado entre dichas disciplinas, nos interesa propiciar el terreno para potenciar relaciones posibles y necesarias para pensarnos en estos tiempos.

Algunas inquietudes, incomodidades e interrogantes se abren al hablar de nuestro ser y estar en el lugar en el que desempeñamos la tarea docente. Estas cuestiones nos interpelan desde hace tiempo. Aun así, existe un momento de incomodidad que podemos reconocer como el hito que ha desencadenado de sobremanera este proceso de cuestionamientos: el comienzo del aislamiento social preventivo y obligatorio en 2020, a causa de la pandemia por Covid-19. En relación a este contexto nos preguntamos: ¿cuántos nuevos formatos atravesó el cuerpo del docente para adaptar, transformar y sostener la práctica educativa? El vínculo con los otros y el conocimiento se volvió un acto vital, una decisión pedagógica.

Consideramos importante poder definir en esta instancia los dos ejes que estructuran este escrito: cuerpo y tarea docente. Tomamos el concepto de cuerpo pensándolo como una construcción, reconociendo la corporalidad como constitutiva y parte inherente de nuestro ser. Leticia González (2009) plantea “que el cuerpo es en construcción en y para la relación con otro. Es a partir de otro que el cuerpo de un sujeto se va construyendo y sabiendo de dicha construcción.” La manera en que cada persona habita su cuerpo estará marcada por el entramado social y cultural en el que se encuentra inmersa y por su historia personal, influyendo en la experiencia del encuentro con el otro y los objetos en relación al tiempo y el espacio. Una breve frase de la Maestra María E. Saleme de Burnichon (1996), enseñar es aprender a escuchar”, aporta con su simpleza la profundidad pertinente para dimensionar el potencial social y cultural de la tarea docente. Queda explícito que el compromiso con los otros es una invitación a pensar, a emprender juntos, a tener entre manos la posibilidad de escuchar lo sensible para enseñar lo profundo; no solo una relación con el conocimiento, sino con el mundo. Escuchar comprende estos sentidos: sentir, entrar en el juego, ser parte del juego. Tomar la palabra desde la propia historia, reconocer y reconocernos en la palabra del otro, mirar y ser mirado de manera atenta, sensible y respetuosa. Esto resume la complejidad de la tarea mencionada y nos permite pensar el lugar del cuerpo en la práctica educativa.

Luego de meses de aislamiento y de una progresiva vuelta a la “normalidad”, las condiciones siguen siendo extrañas. Dentro de las aulas, el universo de significados se abre en relación a lo que anteriormente conocíamos como cotidiano. Si miramos en retrospectiva, sobre todo en este último tiempo, la tarea ha sido la de acompañar y sostener “la vuelta” de estudiantes al cursado presencial (en la mayoría de los casos). Ahora, es tiempo de darle espacio y hacer foco en los interrogantes y sensaciones que fueron desprendiéndose a lo largo del camino recorrido, en donde hemos atravesado incertidumbres, vértigo y mucha aventura. Llegar a este momento, el desenlace del ciclo lectivo 2021, conllevó un desafío constante.

Las siguientes preguntas conjugan los ejes expuestos anteriormente y tienen la intención de movilizar nuestros sentidos y ser incluso puntapié para generar otros nuevos que nos lleven a mirar nuestras propias experiencias:

¿Cómo registramos las huellas de la pandemia en el cuerpo? ¿Podemos registrarlas?

¿Experimentamos cambios en torno a las proximidades y lejanías al interior de las instituciones educativas? ¿Qué noción de espacio y tiempo se pone en juego ahí?

¿Cómo, el tránsito por una institución impregnada de nuevos rituales y protocolos, se hacen cuerpo?

¿Estamos disponibles corporal y emocionalmente para sostener el encuentro? ¿Existen nuevas maneras de que esto se haga posible?

Desde la vuelta a la presencialidad, en sus múltiples matices y formas, los espacios ya no son los mismos. Sería liviano decir que esto llevará un tiempo hasta volver a tener las semejanzas con lo que conocíamos y experimentamos antes de la pandemia. Se transita un quiebre, una ruptura. Ante esta afirmación volvemos sobre el cuerpo:

“En la época de la globalización, de la difusión de la imagen y el sonido por Internet, de las autopistas informáticas, del nuevo sistema de comunicaciones, les venimos a hablar de la unidad indispensable para la subsistencia: el cuerpo, como elemento básico de la constitución de la persona y de la importancia que ello reviste para la educación”.

(SASSANO,2008, pp)

Se educó, se aprendió y enseñó bajo condiciones que antes no las hubiéramos siquiera concebido como posibles y esto requirió de lleno la creatividad de los docentes para hacerle frente. Por momentos, los pasos a seguir fueron tantos que parecía tratarse de un camino de obstáculos en donde el vínculo y la proximidad parecían utopías. Innumerables fueron los ensayos previos a las clases para ver si en las diferentes plataformas, las actividades, vídeos y/o contenidos estaban disponibles, si los links funcionaban. Y fuimos más allá, también se activó una búsqueda de recursos que fueran de la mano de los contenidos a transmitir. Entonces, se descubrió un mundo nuevo de aplicaciones que nos permitieron expandir las experiencias, volviéndolas atractivas, estéticas y dinámicas. Sin duda, la actitud investigativa y de búsqueda enriqueció las prácticas, y nos propuso otras nuevas.

Ante esta nueva «normalidad», resulta necesario e imprescindible revisar las propuestas, reinventar el hacer docente en la búsqueda conjunta de sentidos y pensarnos como individuos que conforman un colectivo. Esta reinvención, que a veces supone estar cerca del comienzo, nos lleva a poner la mirada sobre el vínculo pedagógico. Hay nuevos rituales que se van construyendo «sobre la marcha» y sin dudas, anuncian casi a gritos la importancia y la nostalgia hacia ciertos momentos cotidianos de la escuela presencial; las charlas de pasillo, los recreos, los encuentros informales en la sala docente y la mirada a los ojos. Es decir, rutinas que garantizaban una cercanía desafiante de poder recuperarlas en la virtualidad. En este sentido la cuestión del cuidado ya no sólo tiene que ver con los protocolos para evitar la expansión de un virus, sino con una decisión política que prioriza el sostenimiento del vínculo pedagógico ante todo.

(Maurizi.Rodriguez.2020)

Los cuerpos se vieron reducidos a la pantalla de los dispositivos electrónicos, las voces robotizadas y los gestos recortados. ¿Cómo se pasa de la vivencia de un cuerpo virtual y bidimensional, a disponer de un espacio adaptado (con los protocolos correspondientes) para el desempeño de la tarea docente con la posibilidad del despliegue corporal que eso implica?

Hoy, las mascarillas, los barbijos, y el alcohol en gel se han convertido en los materiales didácticos cotidianos que, en el paisaje de las aulas, se camuflan y entretejen con los anteriores. Algunas escenas del día a día contemplan una sala de profesores y oficinas donde las voces se agitan, los saludos son chocando puños y personas alejadas para tomar un té o café. Respetamos la distancia social, pero el deseo de proximidad existe y es algo con lo que lidiamos día a día.

Esta nueva configuración del espacio y el tiempo institucional tiene implicancia en los vínculos. La pandemia interviene en la corporalidad de los docentes; el cuerpo tiene su propio lenguaje y es importante escuchar qué sucede en él y en su vínculo con los otros. ¿Qué sucede al interior de las aulas, con el diálogo, las tensiones/distensiones, miradas, gestos de complicidad entre docentes y estudiantes que dan nuevos sentidos a aquello que se quiere transmitir y cuyo valor adquiere relevancia en el intercambio colectivo?

Es en el ejercicio de la docencia, en lo que sucede día a día en el aula, en el cruce con lo posible, las emociones, lo impredecible y aquello que acontece en el cuerpo, lo que habilita la construcción de otras particularidades en la relación pedagógica: los gestos se diversifican como así también los formatos que los sostienen. Reconocemos que es fundamental desarrollar la empatía, la reciprocidad en la escucha, la mirada, lo que permite acompañar al otro y ser al mismo tiempo acompañado.

Cuerpo y tarea docente son caras de una misma moneda. Es imprescindible volver la mirada y la atención hacia el vínculo entre ambos ejes, los cuales hemos ido tejiendo a lo largo del escrito. Posicionamos al cuerpo como vehículo de conocimiento y desde este lugar es que resulta necesario poner en diálogo los nuevos planteamientos educativos con aquellos aspectos que tienen que ver con la corporalidad, la comunicación, la expresión y el aprendizaje. Ser conscientes de las experiencias vividas y registrar como docentes estos nuevos escenarios compartidos, y sus implicancias, nos acercan a dimensionar las prácticas educativas que sostenemos y de las cuales somos parte.


Referencias bibliográficas

Genesis Aquino Bocco

Lucia Macarena Rodriguez

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