Pedagogía

Los docentes y lo que pudimos aprender en pandemia

Por Guillermo Cuadrado
Lic. y Prof. en Cs de la Educación, UNC.
Posgraduado en Negocios y Coaching ontológico.  Experiencia en Gestión de Talentos en organizaciones educativas y empresariales.
Docente tutor de Gestión de Recursos Humanos, Lic. en Gestión de Instituciones Educativas, UBP.

Jueves, 16 de septiembre de 2021

Foto de Ordenador creado por Racool_studio – www.freepik.es

Para escribir este artículo tuve que tomar una decisión principal, darle un formato académico estricto a lo aprendido en pandemia, haciendo referencia al estado del arte, o ir por un esquema más vivencial que permita comprender -más que entender- lo que nuestro cuerpo docente[1] ha vivido en este tiempo.

Decidido a recorrer este segundo camino, entonces, comienzo el planteo.

En marzo de 2020 muchos pensamos: “El mundo cambió para siempre”. Aquellos de nosotros que trabajan dando clases en aulas, además de pensarlo, lo sintieron.

Un amigo docente -que es algo despistado- me contó el día en que salió de su casa para dar clases y se enteró que a partir de ese momento debía dar clases en formato virtual.

Esta persona -en general ensimismado y con poca vida social fuera de su círculo laboral- sintió, literalmente, que su vida perdía sentido. No se preocupen lectores, que lo hablamos con él varias veces, y su sensación no llegaba a la tragedia.

Entonces, la pregunta que se hacía era: “¿Qué hago ahora que no puedo dar clases en el aula?” Rápidamente llegó la respuesta de las autoridades gubernamentales: se implementaban las clases virtuales.

Dijo mi amigo: “Claro, solo tengo que darle más tiempo al desarrollo de clases a través de TICs. Ahora mis colegas van a entender la importancia de esto que yo, durante mi carrera, siempre tomé en cuenta”.

Rápidamente hizo el listado de cada uno de sus cursos, en cada una de las instituciones que trabajaba. Se puso en contacto con los directivos y armó un mapa de situación. Mientras estaba en esto, escuchó la noticia, no solamente se limitaba la concurrencia a las escuelas, sino la circulación en general, es decir la salida a la calle. “Buenísimo- se dijo-, voy a tener más tiempo para encontrar el modo exacto para lograr que cada uno de mis grupos de alumnos aprovechen su tiempo al máximo”.

Mientras hacía el recuento recordó que no todos sus alumnos tenían el mismo acceso a la tecnología. Por suerte, él se tomaba un tiempo fuera de clases para hablar con algunos de ellos, y podía hacer una estadística rápida cubriendo el 70% de sus alumnos. Alguien le dijo, alguna vez, que 75% de la población era un recorte lo suficientemente amplio como para extrapolar al resto, entonces se podía hacer una idea de la situación.

Por lo tanto, el 30% de sus alumnos tenían su teléfono, su notebook personal y conexión con varios GB en su casa. Además, el 40% de ellos, es decir más o menos el 12% de sus alumnos, tenían habitación propia, estudio o pequeña biblioteca, un 40% tenían su smartphone de generación intermedia, y en su casa había una o dos notebooks o PC de escritorio, por lo tanto, les tocaba negociar su uso. Un 20% tenían celulares más viejitos, y el acceso a una notebook o PC de escritorio y red era mucho más complicado. Y había un 10% que podían generarse un tiempo para engancharse a alguna red por algún dispositivo durante algunas horas por semana.

Se miró al espejo para tener una referencia concreta de lo que la bibliografía especializada llama “profesor taxi”, y se sacó una selfie que tituló “profesor taxi en época de pandemia”.

En ese momento tuvo dos sensaciones, una fue sentirse privilegiado por tener muchos alumnos con buen acceso a la tecnología; otra, fue la tristeza de darse cuenta lo heterogéneo y desigual que es nuestro sistema educativo.

Hay quienes sostienen que la mayoría de los aprendizajes de los individuos, se dan en contexto no intencionales y no estructurados para tal fin. Por eso mi amigo, desde ese día habla de “pandemia educadora”.

Pero volvamos a la historia… Mi amigo, a veces, es pragmático y por lo tanto se enfocó muy rápido en lo que podía hacer con los grupos heterogéneos con los que trabaja. Rápidamente se dio cuenta que una cosa es la estadística mirando al 100% de sus alumnos como un bloque, y otra distinta es pensarlos en cómo se conforman cada uno de los grupos. Esa distribución de sus alumnos en clases era la que le iba a permitir planificar cómo trabajar con cada uno de ellos. Repasó textos y videos de su referente Rebeca Anijovich, para reforzarse la idea del significado y las consecuencias de trabajar con aulas heterogéneas. Es decir, “todas las aulas”, me corrige él -luego de leer la primera versión de mi texto-.

Entonces se puso a repasar herramientas tecnológicas disponibles para dar clases, para armar grupos, para que ellos puedan trabajar solos y en grupo. Ver qué contenidos eran posibles de trabajar de qué modo. Upa… pero también era una magnífica oportunidad de cerrar de manera práctica esa vieja discusión que tenía con una de las directoras sobre la enseñanza personalizada. Ahora, mi amigo podía armar un esquema de enseñanza que les obligara a los chicos a tomar el control de su aprendizaje.

Creo que no lo voy a dejar seguir leyendo esta versión, porque me acaba de corregir la referencia a la conversación con la directora. Dice que las discusiones no se cierran, sino solo provisionalmente, que de lo que se trata es de poder entender y comprender las razones de los otros. – Me parece sensata la aclaración-.

La “no presencialidad” fue, y en algunos casos todavía es, una realidad. Las clases por aplicaciones educativas le permitieron manejar el esquema de grupos simultáneos donde él creía que esto solo se lograba separando mesas o grupos de sillas en una habitación. También, esta modalidad le permitió implementar foros, seguido del descubrimiento de modos no explorados antes tales como, recursos, audios, pudo mejorar las presentaciones, generar mapas mentales colaborativos, en fin, una variedad de estrategias interesantes.

Por el momento voy a dejar el relato inconcluso, ya que ahora mismo estamos repasando con mi amigo todo lo que él aprendió en esta época de no presencialidad -que parece estar terminando en las escuelas-.

La lista es impresionante, mi amigo aprendió a distinguir entre los contenidos imprescindibles y los solamente importantes, a utilizar diferentes plataformas para dar clases virtuales, a usar diferentes modalidades didácticas en forma virtual, a ajustar el modo de dar consignas para que los alumnos pudieran autodirigir sus trabajos.

También aprendió a trabajar en red con sus colegas para no abrumar ni dejar solos a sus alumnos, ni repetir contenidos, a trabajar en red para adquirir modos de trabajo que sus colegas manejaban y él no, a planificar con aulas heterogéneas en contexto de no presencialidad.

Pudo conocer qué quería decir ABP y logró utilizar la herramienta Aprendizaje Basado en Problemas con sus alumnos, a dar soporte a los estudiantes para que tomaran el comando de sus propios procesos de aprendizaje.

Aprendió que la virtualidad y la no presencialidad son formas igualmente válidas de trabajar para dar clases, que la socialización es tan importante en la escuela como la circulación del conocimiento, que se pueden trabajar formas alternativas de socialización en la no presencialidad.

También comprendió que, en este mundo actual, no da lo mismo tener acceso a la tecnología que no tenerlo; tampoco da igual saber utilizar las herramientas tecnológicas que no saber utilizarlas.

Sobre todo, tomo conciencia de que ser docente es una tarea que puede resultar fascinante en cualquier contexto, y que mientras más cerca del control del alumno está el aprendizaje, es más significativo.

Pero también comprendió que, si bien un abrazo es una experiencia maravillosa e irremplazable, se pueden lograr sensaciones parecidas con acercamientos vitales a distancia, que a partir de ahora puede hablar de mil maneras de ser docente, y que todas tienen algo de bueno.

En fin, como dijo Puck, el duende de la obra de Shakeaspere, “esta humilde y débil fantasía no tendrá sino la inconsistencia de un sueño”, pero este sueño tiene la potencia de haber resumido experiencias concretas de muchos docentes.

No sé si mi amigo docente imaginario habrá existido completo, lo que sé es que muestra posibles aprendizajes que han tenido los docentes en esta época de no presencialidad, y que ha tenido la potencialidad de cambiarle la vida.

Un enorme abrazo a todos, porque todos aprendimos algo, y todavía tenemos la posibilidad de seguir aprendiendo.

Nota del autor: El modo académico, que decidí no abordar en la escritura de este texto, incluía la posibilidad de cerrar el artículo con una hipotética descripción de puesto del “docente pospandémico”, es decir, responsabilidades, tareas, conocimientos, capacidades, relaciones con otros, posibles resultados y modelos de registro. Seguramente, en otro momento podemos encontrarnos para llevar adelante la tarea de realizar ese organizador.


[1] Utilice la expresión cuerpo docente, porque refiere a un modo de hablar del colectivo docente, pero también para que colateralmente sigamos recordando que la tarea docente no es solo eminentemente intelectual, sino que se relaciona con el cuerpo del docente, que tiene todas las características de un cuerpo, es decir, siente, tiene conductas inexplicables a veces, se cansa, se enferma, se resiste y resiste.


Guillermo Cuadrado

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