Pedagogía

Soft skills aplicadas a la educación. Cuando ser “blando” tiene sus ventajas.

Por Rosana Fernández
Lic. En Comunicadora Social
Esp. en Comunicación y prácticas educativas
Coach ontológico

Fuente: https://unsplash.com/

Lento, pero sin pausa las habilidades blandas se van haciendo un lugar en el marco de una educación tradicional y en muchos casos conservadora que en sus inicios y durante más de un siglo consideró suficiente formar a los educadores solo en el plano cognitivo y procedimental. Pero la venda cae por su propio peso y cada vez son más los formadores que comienzan a entender la importancia de adquirir otras herramientas.

Para muchos la pregunta inicial es qué son las Soft skills o habilidades blandas. Son una combinación de habilidades sociales y de comunicación que nos permiten convivir y comunicarnos mejor con nuestros pares. Esto último colabora sin dudas con el desarrollo personal pero también con el desarrollo profesional a partir de una necesaria y equilibrada fusión con ese conjunto de actividades más técnicas o duras.

Moverse en un entorno determinado, socializar, trabajar en equipo, desarrollar empatía, adaptarse a los cambios, ser proactivo, flexible y autocrítico son algunas de los aspectos que se pueden trabajar, y porque no, modificar, con un correcto conocimiento y aplicación de estas habilidades. Claro está, ninguna de las mencionadas queda fuera del desempeño de la tarea docente y un docente puede y debe trabajar en su adquisición en tanto no son innatas. Por el contrario, las habilidades blandas se adquieren desde la primera infancia a partir del entorno familiar y del educativo. Por ello, surge cada vez con más urgencia, la importancia de que los educadores de todos los niveles trabajen con ellas en los contextos áulicos, no solo como una retribución personal y gratificante a su tarea sino como un aspecto esencial del desarrollo de estas capacidades en los alumnos.

 

Ser “blando” pero ¿en qué?

Como profesional abocada a la formación en soft skills en educación, por más de 15 años, mi recomendación es que un formador debería abocarse al desarrollo personal de por lo menos tres de ellas:

– La capacidad oratoria: con esta capacidad no referimos simplemente a expresarse con corrección y con soltura. En los talleres de oratoria docente, ponemos el foco en un aspecto más importante como es el de cuidar la voz. Para hacerlo hay tres recomendaciones centrales que presentamos seguidamente:

  • Hacer una visita anual a un fonoaudiólogo que pueda dar cuenta del estado de mi aparato fonatorio en general.
  • Aprender a respirar correctamente antes, durante y después de una clase. La recomendación más importante es conocer y aplicar la técnica de la respiración costodiafragmática. En este caso se puede recurrir a la orientación de un especialista de la salud (fonoaudiólogo), pero también se logran buenos resultados en clases de yoga, meditación, e incluso en talleres de instrucción actoral o de canto.
  • Hidratarse, sobre todo durante el dictado de clases. Tener a mano un vaso con agua, o una botella que efectivamente se consuma. Mi consejo es que en el marco de una clase de 2 horas debes tomar como mínimo seis tragos de agua.

– Desarrollar la empatía: hay dos tipos de empatía centrales a desarrollar en el campo educativo (y de la vida en general), la cognitiva y la emocional. La primera permitirá desarrollar la capacidad de ponerse en el lugar del otro, ver las cosas como la otra persona las ve; la empatía emocional apunta a ser capaz de sentir lo que el otro siente. Esto último es central para comprender, en muchos casos, que está pasando con los alumnos. No alcanza con saber qué le pasa a al alumno; es necesario también saber qué siente.

Desarrollar una conducta empática es también una capacidad que se aprende, y un camino excepcional para hacerlo es adentrarnos en el maravilloso campo de la educación emocional. En este sentido, recomiendo leer en este mismo sitio el artículo Emociones emergentes en un nuevo contexto educativo, por Natalia Morales.

– Mostrar una actitud flexible frente a los cambios: En el 2019, un estudio de Linkedin en concordancia con el informe Future of Jobs del World Economic Forum, llegó a la conclusión de que fortalecer las habilidades “humanas” como la originalidad, la iniciativa y la flexibilidad era una de las mejores inversiones que uno podía hacer en su carrera. Un año más tarde, y con el fantasma de un virus que desestabilizó el sistema educativo en todas sus formas, la flexibilidad pasó de ser una opción a ser casi una actitud obligada en el marco de un escenario laboral que aún sigue poniéndonos a prueba. Ser flexible es sin dudas uno de los mayores desafíos al tiempo que es una de las mejores herramientas que se puede capitalizar para tener el control de nuestra vida. No se trata de ceder, de perder el rumbo, sino de saber adaptarse, y si el contexto lo demanda tambíen cambiar.

Ser flexibles supone abrirnos con entusiasmo, o al menos con intriga, a nuevas ideas o paradigmas que desafíen lo que pensamos o incluso lo que hemos aprendido. Un entrenamiento sencillo en este sentido es ponerse pequeños desafíos diarios que enfrenten a nuevos aprendizajes: un idioma, un deporte, una habilidad artística, un libro que amplíe mi zona de confort, e incluso una charla con un colega sobre un tema en el que posiblemente vamos a disentir. Se trata sobre todo de desafiarnos, de ver más allá de nuestro mapa de vida.

Por último, la pregunta sería ¿cuán “blando” estoy siendo en mi tarea como formador? ¿Qué habilidades he adquirido hasta aquí en mi desarrollo profesional? ¿Cuáles son las capacidades que puedo sumar?

El camino es apasionante y de transformación continúa. El desafío es permanente sobre todo si pensamos que este nuevo escenario dejará su marca imborrable y la educación tendrá que revisarse desde sus bases.

La clave: ser capaces de combinar todo lo aprendido en nuestra formación en el plano cognitivo y procedimental, con un nuevo campo de saberes que nos interpelan en un plano emocional, animándonos a transformar nuestro trabajo para transformar nuestras vidas y las de nuestros estudiantes.

 

Bibliografía:

  • Punset, E. (2008). Brújula para navegantes emocionales. Ed. Aguilar: España.
  • Camarota H., y Mingrone P. (2001). Oratoria para el éxito. Ed. Bonum: Buenos Aires.
  • Serrat Albert. (2005). PNL para docentes. Ed. Grao: España.

Rosana Fernández

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