Pedagogía

La motricidad silenciada. ¿Un problema causado por el confinamiento?

Por Lic. Rubén Pérez
Director de la Lic. en Educación Física
Universidad Blas Pascal

 

– ¡Hola, Rubén! ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentís?

– Y bueno, aquí estoy, raro, incierto, lejano y cercano, encerrado y libre, fortalecido y débil, emocionado y adormecido… En fin, muy ambiguo, muy ciclotímico… Ojalá pudiese describir mi estado de forma más precisa.

Esta realidad incómoda que se nos vino encima me tomó mal parado. O, mejor dicho, me encontró muy sentado y no puedo levantarme. ¿Aprecian mi estado? Muuuuy penitenciado en la silla, con un cuerpo y una motricidad silenciada y con mucha necesidad de expresión.

Fuente: https://www.pexels.com/es-es/

 

Síntomas y sistemas de inmovilidad

Ese diálogo inicial podría corresponder a cualquier niño, con otras palabras, por supuesto, pero seguramente con esas sensaciones. Contaría cómo cambió su cotidianeidad en tiempos de pandemia, en relación con el juego, el tiempo libre, el movimiento y la motricidad, en todos sus ámbitos de desenvolvimiento diario.

Pero la pandemia por coronavirus, me parece, no es la responsable de esta sedentación sistemática con la que conviven nuestros niños hoy.

Si nos posicionamos desde el sistema educativo, los alumnos en escolaridad primaria, permanecen sentados entre 600 y 700 horas al año, producto de 4 horas/día, cinco días/semana, 8 meses al año. Si  multiplicamos por 6 años de primaria y 6 de secundaria (1100 hs/año), más las horas de preescolar (450 hs/año), acumulan una cuantiosa cantidad de tiempo en posiciones corporales poco recomendables, y bajo un patrón de control y restricción de su motricidad muy importante (sentate, quedate quieto, no te muevas, no se levanten y otros), solo para escuchar una exposición discursiva (Matemática, Lengua, Ciencia, …) o para ejecutar motricidad fina (dibujar, escribir, borrar…).

A la situación antes descripta le agreguemos que el mismo sistema educativo que lo obliga a permanecer tanto tiempo sentado no le brinda instancias de movimiento que le permitan enfrentar la sedentación y sus efectos deletéreos (escasa presencia horaria de educación física en el currículum escolar: un módulo de 50 minutos de actividad física en la escolaridad primaria y 110 minutos en la escolaridad secundaria). Y si consideramos que fuera de la escuela los niños cada vez se mueven menos, caemos en la cuenta de que está todo servido para que sus estructuras y funciones estén más cerca de la enfermedad que de la salud.

Ivana Rivero, una profesional ligada a estos contenidos y que viene trabajando hace muchos años con relación al “juego motor en las propuestas pedagógicas”, nos comparte su preocupación por cómo se ha dejado sin palabras y sin comunicación al movimiento y la motricidad dentro de las aulas. Ese enmudecimiento, opina, se ha realizado con el propósito de dedicar mucho del “tiempo útil” a la contemplación de la lectura, de la escritura, del dibujo, etc. Ivana incluso apuesta más fuerte diciendo algo más grave aún: “los niños, si no los invitamos, no están eligiendo el movimiento”, lo que nos obliga a gestar la necesidad imperiosa de recuperar la querencia y el arraigo por dicha actividad.

A esta circunstancia actual de encierro que relegó a nuestros niños y adolescentes a espacios de motricidad relegada, debemos agregarle la pandemia de la inactividad física, de la hipoactividad pediátrica o de los reducidos niveles de movimiento y de desarrollo de motricidad inteligente, sentida, valorada y apreciada por ellos.

 

Conocer el problema, reconocerlo y enfrentarlo

Con ambas situaciones, el llamado a la acción para abordar estos fenómenos nunca ha sido más urgente, y no se soluciona simplemente con decirle a un niño o a un padre que acepten la actividad física como lo hicieron nuestros antepasados, ni mandándolos a jugar al patio o a moverse en la vereda.

Se necesita entender y aprender que una infancia activa es la base para una adultez sana. Es en la niñez cuando se construyen los hábitos de gusto por el movimiento. Por eso es imperante establecer los hábitos de actividad ludomotriz de manera temprana en la vida, porque tienden a seguir hasta la edad juvenil y califican hacia un adulto activo. Es hora de esfuerzos concertados de todos los profesionales ligados a estas problemáticas para cambiar las costumbres sociales y la práctica común sobre la hipoactividad y el analfabetismo motor.

Recientemente, un grupo de docentes de Educación Física de instituciones de gestión pública y privada realizamos un sondeo con alumnos de nivel primario, preguntándoles “a qué juegan en épocas de pandemia”, y “cuántos momentos del día sus cercanos los acompañan en esas acciones”. El resultado nos transmitió la ingrata sorpresa del poco tiempo de comunión con el juego que tenían, y a su vez, de las escasas situaciones en las que compartían esas instancias con sus convivientes.

En los tiempos actuales en que les toca crecer a nuestros niños, observamos casi a diario que muchos de ellos pierden tempranamente la capacidad para jugar y para moverse. Un niño o una niña tienen necesidad de jugar, y el juego necesita suficiente libertad, tiempo libre, espacio apropiado, amigos escogidos. El juego está conectado de manera muy fuerte con la autonomía y el movimiento; moverse supone un itinerario que une experiencias diversas. Las condiciones de vida en estos tiempos han llevado a la pérdida paulatina del tiempo destinado a jugar y a moverse y, con ello, crecen las condiciones naturales para la aparición de estados poco saludables, que se agudizarían en caso de evolucionar bajo estas condiciones de falta de juego y movimiento.

La cultura corporal disponible del niño/a, construida con base en la motricidad del barrio, de la plaza, de la vereda, de la calle, del patio escolar o del club, ha sido restringida hoy, por la pandemia, a la cultura corporal posible de la habitación, del departamento, del living, de la silla, de la cama. Aunque también tienen su rol, resultan muy restringidas, estereotipadas y limitadas para escolares en evolución, en crecimiento y con necesidades de expansión, explosión, comunicación y agitación descontrolada.

Los amigos de siempre de los infantes -las pelotas, bicicleta, sogas, triciclos, trepadores, pata pata, toboganes, árboles, saltos, lanzamientos, rollers, entre otros-, que cargaban de sensorialidad-motricidad su día, y brindaban los anclajes más importantes de su alfabetización motriz, han sido reemplazados por escritorios, mesas, sillas, sofás, sentarse, pararse, caminar, acostarse, y no mucho más. Con esta realidad instalada por el encierro, se ha reducido/quitado el valor absoluto/relativo que brinda el poder y el empoderamiento del y por el movimiento.

 

¿Qué podemos hacer?

Los niños en estos días demandan instancias de abandono de rutinas escolares, de ausencias intermitentes de escolarización en el hogar, de recreos del acecho con tareas y actividades. Nos solicitan que liberemos su agenda ocupada y cargada de tareas obligadas y ligadas a esa contemplación de la quietud y habilitemos la experiencia de moverse, de practicar el espacio y el tiempo, de vivir la experiencia y la emoción de la aventura, del descubrimiento, del riesgo y del placer por la inquietud permanente.

Con este escenario real y con muchas circunstancias no resueltas, quisiera compartir con ustedes algunas propuestas que podríamos ir ensayando a modo de soluciones transitorias y al paso, mientras nos apropiamos de nuevas competencias que nos permitan decidir cómo seguimos y hacia dónde nos dirigimos:

  • Durante el día habilitemos a los niños tiempos para que puedan “esconderse del encierro”; donde no les manipulemos su autonomía y tengan libertad para gestionar su “qué hago ahora”, “con qué / con quién interactúo”, “cómo resuelvo esto”, y demás.
  • Agendemos, ofrezcamos, dispongamos de tiempo para compartir con los/as niños/as otras formas de jugar, otras formas de moverse, de expresarse, de sentirse, para recuperar el estado de alerta perdido por la monotonía instalada.
  • Modifiquemos, dispongamos y acondicionemos sus entornos, sus ambientes, sus contextos cotidianos, para habilitar desafíos emergentes de lo diferente y transitar por otras oportunidades de movimiento.
  • Facilitemos momentos para que se aburran y exploren/vivencien/descubran, cómo salirse de dichas situaciones; del escape de esa encrucijada se aprende y, con ello, se reivindica ese ciclo explorar/vivenciar/descubrir/aprender que lo incita a volver a buscar y encontrarse con cosas nuevas.
  • Ofrezcamos espacios para que nuestros niños/as, puedan revisitar su pasado motor, su motricidad, y con ojos de época, lo entiendan, lo pongan en valor, y quizás también, lo extrañen.

Esta visita retrospectiva alienta a encontrar búsquedas de conexión con esta motricidad paralizada en la que han sido puestos en la actualidad, para establecer transiciones y puentes entre ambas normalidades/anormalidades. Tendamos esos puentes que permitan acercar posiciones hacia un presente con más libertad de expresión, de decisión, de elección, sobre qué hacer con el tiempo motor, cómo invertirlo, como redireccionarlo y cómo vivirlo para que “su HOY motor” tenga una relación más familiar con la filogenia de “seres de movimiento”.

La motricidad dormida y silenciada necesita correrse desde ese lugar, requiere independizarse de la prescripción imperante de la quietud, de la certidumbre de lo esperado y de la seguridad de lo previsible. Necesita recuperar la entidad, avanzar hacia un modelo que desafíe el rol secundario que tiene hoy y la ubique en instancias decisorias de la cotidianeidad.

Mientras tanto, y para saciar mi entusiasmo por convidar diálogos y vocabulario de patio, me permito invitarlos a promover en sus niños/alumnos, entre cinco y diez veces al día, acciones motoras fundamentales como las siguientes:

  • Los desperezamientos (especialmente en posición sentada y o acostada), para despertar musculatura adormecida debido a estereotipias devenidas de movimientos unilaterales sistemáticos.
  • La estimulación de miembros inferiores con manipulación de elementos y combinando con otros segmentos corporales (clasecitas y/o jueguitos con diferentes partes del cuerpo, como pies, muslos, cabeza).
  • Desplazamientos corporales en posiciones de cubito (acostado boca abajo, boca arriba, de costado) variando la cantidad (2, 3, 4) y el tipo de apoyo (pies, manos, piernas, muslos, tronco) con el suelo.
  • Las que involucren los movimientos pélvicos (especialmente los circulares, por ejemplo, con hula hula) para desactivar los bloqueos articulares y musculares que se suceden por la motricidad sedente dominante.
  • Finalmente, acciones motoras que desafíen la gravedad y estresen la musculatura postural (disminuir la base de sustentación y la cantidad de apoyos en posición bípeda, caminar con los ojos cerrados o vendados).

Festejo y agradezco la posibilidad que me brinda Misceláneas Educativas, para hablar en voz alta acerca de algunas de las preocupaciones y ocupaciones de mi ejercicio profesional y humano. Sin embargo, quiero dejar sentado también, que todo análisis y presentación, supone riesgos propios de un enfoque con matices subjetivos, más aún si vienen enunciados por alguien que está involucrado desde el hacer cotidiano en estos menesteres.

Ruben Pérez

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