Por Marcelo Hangshel Pentimalli
Especialista en Enseñanza de las Ciencias Sociales, UNC
Profesor en IES y en Instituto Católico Superior
Tesista de la Lic. en Gestión de Instituciones Educativas, UBP
Jueves, 13 de mayo de 2021
La pandemia ha acelerado determinados procesos que se venían gestando en el ámbito educativo, como por ejemplo el diseño de propuestas pedagógicas con un andamiaje tecnológico como soporte. Si bien en muchos casos se ofrecía resistencia, en otros ellas implicaron -y siguen implicando- verdaderos desafíos en un marco de ensayo-error de plataformas virtuales, aplicaciones, sistemas y diferentes herramientas de interacción y comunicación con estudiantes, con el objetivo de promover espacios de aprendizajes significativos. Y la integración de recursos tecnológicos en la educación no sólo se piensa desde la clase en sí misma, sino en todo lo que tiene que ver con la gestión de la clase desde actividades preliminares de planificación como registros posteriores.
Reflexionando sobre mis propias prácticas en este periodo 2020 y los inicios de 2021, debo decir que mi experiencia ha sido sumamente enriquecedora -si bien en muchas ocasiones el cierre del día me ha encontrado exhausto- no solamente en un sentido cuantitativo (en términos de agregar nuevas herramientas para mis clases), sino especialmente en un sentido cualitativo, utilizando ciertas herramientas para la gestión como para la interacción y cambiándolas por otras para cada propuesta con el objetivo de optimizar los tiempos y preguntándome cómo están aprendiendo mis estudiantes con esta propuesta y cómo puedo visibilizar en cada clase esa apropiación del conocimiento con el acompañamiento en esa construcción de la apropiación de saberes.
Luego del receso de vacaciones, a principios de 2020, los y las docentes comenzamos a pensar en el nuevo ciclo lectivo imaginando un paisaje escolar marcado por aulas, pupitres, pizarrones y tizas…. Y aquella mirada expectante de los y las estudiantes en el primer día de clases. La irrupción de la pandemia -y esta debe haber sido una de las frases más leídas y escuchadas en estos últimos tiempos- tornó difusa aquella imagen y reconfiguró nuestros modos de vida en muchos sentidos. Mirarnos con barbijos ya no nos asombra -y algunos casos máscaras-, al contrario, lo esperamos ya que sabemos que “cuidándonos, nos cuidamos unos a otros”.
En un contexto de emergencia, las instituciones educativas tuvieron que acudir a las herramientas con las cuales ya contaban, buscar otras y diseñar propuestas pedagógicas con el fin de poder dar continuidad a las clases. En lo que respecta a mi experiencia concreta en el nivel superior, el desafío era dar continuidad a las clases en esa carrera contra el tiempo y crear una propuesta pedagógica adecuada para responder a esta necesidad.
El 2020 nos agarró “frente a la pantalla y en pantuflas”, como lo expresa Inés Dussel, pero no en un sentido de comodidad sino todo lo contrario: el profesorado se encontró empujado fuera de su “zona de confort” -entendida como lo que venía haciendo en clases tradicionales-, instado a aprender herramientas que le permitiesen incorporarse a los proyectos pedagógicos diseñados por las instituciones en las cuales venían trabajando.
Hoy muchas de nuestras clases -cuando se dan las condiciones/posibilidades tecnológicas adecuadas-, tienen la forma de una pantalla con mosaicos y en esos mosaicos, en la mayoría de los casos, imaginamos miradas atentas, expectantes de lo que se va a decir… en otros, una foto… en otros sólo un nombre. Cuando nos conectamos a una videoclase y un estudiante enciende su cámara, creo que todos experimentamos esa idea de aula física en donde la mirada es esencial.
Creo que la transformación no solamente es tecnológica, de hecho, no se trata de incorporar tecnología a una clase sino de integrarla a una propuesta pedagógica pensada y reflexionada con la característica de flexibilidad necesaria para ir adecuándola a las necesidades del alumnado.
En este relato, comparto mi experiencia con algunas situaciones de enseñanza y de aprendizaje. Pero, no me voy a referir exclusivamente al aprendizaje de los estudiantes, sino a un aprendizaje colaborativo en donde mi formación docente se ha enriquecido con los aportes de mis colegas y, especialmente, de los estudiantes. Aclaro que de ninguna manera pretendo mostrar herramientas y estrategias acabadas ya que toda propuesta pedagógica puede ser revisada e incluso al momento de la publicación de este artículo quizás muchas de las que relate a continuación las haya modificado o “perfeccionado”, si vale el término. Y sin ánimo de reducir todo lo transitado en este periodo, invito a leer dos anécdotas con situaciones concretas en mis prácticas docentes: una vinculada a la dinámica de clases e interacción con estudiantes y otra sobre capacitación docente.
Experiencias
Dinámica de clases e interacción con estudiantes. En noviembre de 2018, en las “II Jornadas Internacionales: Medios y tecnologías en escenarios educativos” de la UBP, presenté un trabajo dentro del eje “Desafíos y potencialidades de las TIC. Experiencias institucionales en educación a distancia” denominado “WhatsApp como una herramienta de interacción entre docentes y alumnos en la Educación a Distancia”. En ese momento, el uso del WhatsApp era controversial ya que se lo veía como un canal de comunicación informal y del ámbito privado, pero de a poco se fue incorporando por las ventajas que supone la inmediatez y la disponibilidad “en manos” del estudiante. En ese sentido, continué avanzando en el uso de esta herramienta y pensándola integrada a la propuesta educativa. Por ejemplo, en consonancia con lo que expresé en el punto anterior, elaboré mensajes de inicio para cada clase dando la bienvenida y haciendo un breve comentario sobre la temática central de esa clase y su dinámica, ya sea a través de la misma herramienta de WhatsApp, acceso a una videollamada (Zoom, Meet, Teams u otras aplicaciones) u otra herramienta de trabajo como por ejemplo un video de YouTube o un enlace para un formulario de Google, entre otras.
Y en lo que respecta a la videollamada, aquí quiero detenerme en una anécdota particular que motiva el título de este artículo. Recientemente, en un instituto terciario, habíamos entrado en una dinámica de clases con debates grupales y les propuse a los estudiantes que en vez de utilizar Zoom y grabar la clase -porque la versión gratuita tiene la limitación de tiempo de sesión-, utilizáramos Meet. Por lo tanto, pensando que algún estudiante podría contar con alguna aplicación o sistema específico de grabación (como por ejemplo OBS), propuse que tuviésemos al menos dos estudiantes referentes encargados de grabar la clase. Yo tenía preparado un PowerPoint para presentar las temáticas y generar el debate y apenas estaba por presionar “compartir pantalla” se produjo el siguiente diálogo:
– “Profe, no se preocupe que yo ya estoy grabando la clase”, me advirtió un estudiante.
– “¿Y con qué sistema vas a grabar?”, le pregunté.
– “¿Me permite compartir pantalla y le enseño?”, me respondió.
– “Por supuesto…”, le respondí expectante.
– “Mire Profe, si usted presiona las teclas Window + Alt + R, el sistema de Windows 10 comienza a grabar su pantalla e incluso luego de guardar el video, puede editarlo”, detalló el estudiante.
De más está decir que, al día de hoy, cuando no puedo grabar una clase completa porque no dispongo de un sistema institucional de video-clases, utilizó la metodología que me enseñó mi alumno. Y quizás haya otras y las siga descubriendo más adelante.
Evidentemente, estamos en tiempos de cambio: la tríada didáctica tradicional se ve tensionada en el sentido que el contenido a transmitir nos ubica a los docentes en permanente proceso de aprendizaje y a nuestros alumnos, a nuestros maestros. Esta es una de las tantas anécdotas que rescato y por sobre todo mi reflexión se centra en escuchar y preguntar a nuestros estudiantes no solamente respecto al contenido de nuestro campo disciplinar, sino también a qué nos pueden aportar. Por eso hablamos de un proceso colaborativo de co-operación (en mis palabras, entendida como un operar en conjunto, operar de manera colectiva e interactiva), en términos de Cristina Vairo, con quien recientemente tuve una capacitación online sobre “Pensamiento crítico y aprendizaje autónomo”, en nuestra Universidad.
Anécdota de capacitación docente. En este caso, rescato nuevamente el sentido del aprendizaje compartido y colaborativo con otra anécdota ocurrida en el mismo Instituto terciario de nivel superior, en el cual me convocaron para capacitar a docentes ante la necesidad de dar continuidad a las clases de modalidad presencial en un entorno virtual. Brevemente, y a modo de introducción, el objetivo era acompañar a docentes que no habían tenido la experiencia de la modalidad a distancia en la utilización de una plataforma educativa, diseño de un aula virtual para sus clases y el uso de herramientas de gestión y de interacción con estudiantes.
Una directora (coordinadora) de carrera me contactó para asistir a un docente que el semestre anterior había rechazado horas porque “no se entendía con la tecnología”. Este año, cambió de opinión y se puso a disposición de la carrera para dictar una materia en la cual es un gran referente. Y si bien participó de las capacitaciones generales y del aula virtual diseñada ad hoc para esta capacitación docente, al participar de distintos grupos de WhatsApp de docentes se encontró perdido y solicitó mi ayuda.
Pactamos un día de encuentro a través de Meet para el cual yo ya tenía pautados distintos momentos de la capacitación personalizada en función de su propia aula virtual. Pero el docente se conectó desde su celular y su idea era escuchar las orientaciones que le iba a brindar para “tomar nota”.
Nuevamente, creo necesario compartir el diálogo que mantuve con ese docente:
– “Profe, es conveniente que usted se conecte a una computadora de escritorio o una notebook porque le voy a compartir la pantalla del aula virtual”, le propuse.
– “¡Genial! Buena idea, yo pensé que me ibas a dar las pautas por teléfono solamente…”, me respondió.
– “No se preocupe, yo lo espero, mi idea es mostrarle su propia aula virtual y las acciones necesarias para que usted complete el contenido y vaya gestionándola en sus clases. Pero primero, me parece conveniente que usted me diga cuáles de las herramientas que nosotros hemos propuesto, usted desea conocer”, le anticipé con un tono de contención.
– “Mirá Marcelo, en estas semanas ustedes han hecho referencia a guardar las clases grabadas en Drive, que podemos utilizar documentos y formularios de Drive, generar enlaces a Drive y carpetas compartidas… te digo la verdad, para mí “Drive” es solamente la marca de un jabón líquido o significa manejar en inglés…”, mencionó con cierta vergüenza endulzada con un toque de buen humor.
Resta contarles mi cara cuando escuché lo que me dijo y que fue la capacitación más divertida que pude haber dado a un docente. Claramente, esa reunión de Meet la grabé con las teclas Window + Alt + R y al otro día me llegó un correo de Gmail del profesor, compartiéndome una carpeta que había creado para sus estudiantes y enlazado en el aula virtual.
En resumen, somos protagonistas de un momento trascendente para la educación en donde se reconfiguran los roles, tanto de quienes aprenden como de quienes enseñan, entrando en una relación dialéctica que enriquece ambos procesos: el de enseñanza y el de aprendizaje.
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