Autora: Natalia Morales*
*Lic. en Psicología. Maestranda en Salud Mental UNC. Sociopedagoga con orientación en Niñez y adolescencia en Riesgo. Miembro del Equipo Terapéutico de Fundación ANAHes. Cofundadora y docente del Espacio de capacitación EnLaces. Docente en Universidad Blas Pascal.
Año 2020, inolvidable para todos con seguridad. Este contexto de pandemia nos posiciona en un lugar complejo, nuevo y desconocido, cuestionando todas nuestras certezas, nuestros organizadores objetivos y subjetivos que permitían transitar la cotidianeidad. Estas particularidades se presentan en todos los ámbitos de nuestra vida, atravesando también al ámbito educativo. La escuela, los estudiantes, las familias debieron adaptarse a esta novedosa situación desde y con los recursos con los que contaban, diversos, por cierto, según el contexto de cada uno que refleja lamentablemente las diferencias de acceso y las deudas que aún tenemos como sociedad. Esta situación permitió también generar, aprender, construir nuevas herramientas y estrategias que posibiliten sostener el vínculo educativo y los procesos de aprendizaje a pesar y a través de la distancia espacial y el medio virtual.
Afrontar la nueva condición no fue fácil para nadie, evidenciándose la incertidumbre por la sensación de imprevisibilidad, la ansiedad que lo inédito despierta, el temor y el miedo a algo tangible y posible como es la muerte. La preocupación, la desorientación en relación al tiempo, la sensibilidad e inestabilidad emocional, la abulia, el cansancio, el agobio. Sensaciones y emociones éstas por las que transitaron no sólo los docentes sino también los estudiantes, niños/as, adolescentes, jóvenes y sus familias.
Como docente universitaria pude de algún modo conocer y comprender realidades de mis estudiantes, las que seguramente no hubiese conocido en la dinámica de cursado típico. Se generó otro lazo, otro encuentro, otra confianza sabiéndonos en cierto punto en un lugar común, el de estar atravesando todos/as esta particular experiencia.
Creo que al igual que a muchos/as docentes me tocó el convocar, el promover que continúen en este proceso educativo, que no abandonen, el motivar a ir avanzando con otros tiempos y a ser flexible considerando los ritmos de cada estudiante y de cada familia. Ese encuentro con la realidad singular de cada uno/a nos hace más humanos, nos hace considerar en sí misma la complejidad de cada familia y de cada sujeto.
Considero que esta realidad tan particular debería posibilitarnos visibilizar la necesaria conexión que existe entre las emociones/sentimientos y la pedagogía/la enseñanza, muchas veces no considerada, o dejada en un segundo (o tercer) plano, primando la propuesta pedagógica, la currícula, las evaluaciones, etc. Es posible que esta experiencia pueda acercarnos la posibilidad de pensarnos, posicionarnos y vincularnos desde otro lugar más consciente de nuestras emociones, vivencias y sentires, y poder así empatizar con los demás. De hecho, el distanciamiento social nos lleva a revisar nuestros modos de expresar la afectividad, pudiendo acercarnos no solo poniendo el cuerpo, sino también apelando a la mirada y a la palabra, tan relevante en el acto educativo pero cargada de mayor significancia en este momento.
Hace algunos años que vengo reflexionando sobre el sistema educativo, principalmente en relación a las intervenciones que se realizan en procesos de inclusión de niños/as y adolescentes con discapacidad. En este sentido, me gustaría compartir algunos aportes que me parecen importantes retomar en esta nueva etapa que nos toca transitar.
En las instituciones educativas se le suele dar mayor relevancia al desarrollo de las habilidades cognitivas dejando de lado muchas veces la inteligencia emocional, siendo que ésta promueve relaciones favorables necesarias para aprender. Se parte de entender al desarrollo de habilidades cognitivas como la acumulación de logros académicos (éxito), pero se desconoce que tanto el aspecto cognitivo como el emocional son complementarios y es necesario desarrollar estas habilidades para enriquecer el bagaje de conocimiento y el desarrollo de vínculos interpersonales saludables y funcionales. El desarrollo de habilidades cognitivas y la Inteligencia Emocional (IE) pueden ser grandes compañeras de trabajo si se combinan estrategias que contemplen en un justo equilibrio a ambas.
Consideramos que el conocimiento es una construcción y siempre debemos partir de lo que los niños/as conocen y disfrutan para luego incorporar paulatinamente nuevos aprendizajes. Siempre sentamos bases sobre sus experiencias previas, de las que luego vamos a realizar nuevas construcciones mentales, y posteriormente aprendemos:
a) cuando interactuamos con el objeto del conocimiento (Piaget)
b) cuando interactuamos con otros (Vigotsky)
c) cuando el objeto de conocimiento es significativo (Ausubel)
Por lo tanto, al regresar creemos indispensable poder retomar esta experiencia por la que transitamos todos, compartir las vivencias de cada uno/a, retomar las emociones que nos generaron y genera la situación, poner en palabras, simbolizar todo lo que nos aconteció. Esto implica recuperar, como plantea Kaplan (2020), el bagaje de la cultura del vínculo y la pedagogía del cuidado y posibilitar que la escuela ofrezca amarras simbólicas subjetivas que permitan tramitar los miedos, las pérdidas acompañando desde la amorosidad de compartir las mismas experiencias.
Esto implica entonces reforzar el andamiaje pedagógico emocional como base de la educación, como raíz que posibilita el vínculo docente-estudiante y reivindica el lugar/espacio de la escuela como ámbito de experiencia de vida, donde nos constituimos como sujetos sociales y no solo como espacio pedagógico.
Sabemos que aprendemos con los demás, aprender no es algo que hagamos, es algo que nos ocurre en el vínculo y la interacción con el objeto de conocimiento y con los otros/as, es decir que aprendemos expuestos a las experiencias. Los aprendizajes se abrochan, se ligan a las emociones y con ellas se guardan en la memoria (Goleman, 1995). Por lo tanto, apostamos a recuperar la relevancia de este aspecto emocional desde la virtualidad y al retomar la presencialidad. Sabemos desde las neurociencias que sólo podemos retener una información si se activan nuestros centros neuronales, si nos emocionamos. Si no ocurre esto, luego olvidamos eso que se nos intentó enseñar. Toda vez que un aprendizaje se presenta de forma motivante/cautivante, que involucra al sujeto de manera activa, estamos conectando con una motivación intrínseca del estudiante para que se autogestione un aprendizaje. Este contexto, entonces, nos ofrece la oportunidad, única, de retomar lo vivenciado y aprender de ello. Creemos que el sistema educativo, en todos sus niveles, puede de este modo aportar a construir otra sociedad, a construir otros y nuevos horizontes en los que primen los valores esenciales que hacen al ser humano único.
Por último, me pregunto ¿y cómo vamos a reencontrarnos? y en esta pregunta comparto mi inquietud acerca de un espacio/tiempo también estructurante en la educación y que deberá ser revisado/repensado/reestructurado al retomar la presencialidad pero que podemos recuperar con mucha facilidad y es muy relevante incluso desde la virtualidad. Me refiero al tiempo/espacio de recreo, de dispersión, y a todo lo que se genera en esas instancias en las que se pone en juego la interacción con otros, los vínculos, la comunicación. Estos momentos son indispensables y son constitutivos también del educar y del aprender de cada estudiante y de cada docente. Este contexto tan complejo nos invita a revisar nuestros lugares, a generar dinámicas distintas, a redefinirnos, rescatando nuestras propias experiencias, recreándonos junto a las demandas actuales. Seguramente todo esto nos generó/genera nuevos aprendizajes, posibilitó/posibilita desplegar nuestra creatividad para reinventar nuestras intervenciones y salir resilientes de este evento. Como docentes deberíamos generar momentos y encuentros que motiven a todos los actores de la escena educativa a aprender juntos, involucrando el cuerpo, la música, la exploración y la imaginación como aliados. Quitándonos la carga de “ser adultos”, dejando la seriedad por un momento, participando de manera activa y tratando de conectarnos con aquel niño/a que alguna vez fuimos, poniendo nuevamente el cuerpo en movimiento, y sintiendo la alegría que todo planteo lúdico trae en consecuencia.
Al volver y en el transcurso de este volver, los docentes deberíamos considerar no sólo el ambiente físico al que los/as estudiantes deben regresar sino también el ambiente psíquico, y para ello el hacer este trabajo de registro de nuestras emociones, estar presentes y conscientes de cada momento y conectarnos con cada emoción que emerge nos permitirá transitar y acompañar a otros en este proceso de un modo único, que trascienda lo pedagógico y englobe todo aquello que nos constituye en sujetos.
Bibliografía consultada
- Goleman, D. Inteligencia Emocional. Colección Ensayos. Editorial Kairos. Bueno Aires (1995)
- Kaplan, C; Szapu, E. Conflictos, violencias y emociones en el ámbito educativo Voces de la Educación. ENSV. Nosótrica Ediciones. México (2020)
- Montessori, M. La mente absorbente del niño. Ed Diana. México (2004)
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