Por Evangelina A. López
Licenciada en Gestión de Instituciones Educativas
Martes, 5 de agosto de 2025

La evaluación también educa
Hace algunos años descubrí que, en el aula, evaluar no solo es medir: es una forma de estar con el otro, una manera de reconocer trayectorias, de acompañar procesos, de abrir oportunidades reales. Trabajando en el Centro de Capacitación para el Trabajo N.º 6-065 de Mendoza, comprendí que la evaluación —en especial en contextos de formación profesional para adultos— tiene el poder de incluir o excluir, de motivar o frustrar, de habilitar caminos o cerrarlos. Ese fue el punto de partida de mi tesis, pero también de una búsqueda más profunda: ¿cómo lograr que la evaluación sea un verdadero puente con sentido?
Para quienes no conocen esta modalidad, los Centros de Capacitación para el Trabajo y Formación Profesional (CCT/FP) surgieron en Mendoza en los años noventa, con la misión de ofrecer formación técnica de corta duración a jóvenes y adultos, orientada a mejorar sus oportunidades laborales. Hoy forman parte de la modalidad Técnico Profesional bajo la órbita de la Dirección General de Escuelas, y ofrecen talleres de oficios con salida laboral —como gastronomía, carpintería, electricidad, informática, entre muchos otros— en clave inclusiva, práctica y situada.
Estos espacios alojan una riqueza humana que no siempre es visible desde afuera. En sus aulas conviven personas con trayectorias educativas muy diferentes, edades que van de los 18 a los 70 años, experiencias previas muy dispares y, sobre todo, historias de vida marcadas muchas veces por la postergación. Para muchos de ellos, los CCT/FP son una segunda oportunidad: para aprender un oficio, sí, pero también para recuperar la autoestima, el deseo de superarse, y el sentido de pertenencia a una comunidad.
Fue en ese contexto donde desarrollé mi investigación, con foco en el área de gastronomía. Cuando digo diverso, me refiero no solo a la composición del estudiantado, sino también a las múltiples formas de enseñar y de evaluar. En ese entramado cotidiano surgieron preguntas, tensiones, contradicciones… pero también hallazgos valiosos que hoy deseo compartir. Porque de eso se trata este artículo: de poner en palabras una experiencia situada, que no pretende ser ejemplar, pero sí profundamente honesta.
Durante la etapa de observación y entrevistas, me encontré con enfoques diversos sobre qué y cómo evaluar. Algunos docentes apelaban a instrumentos prácticos, otros sostenían estructuras más tradicionales. Y los estudiantes, en ese escenario, intentaban hacer lo mejor que podían con lo que tenían. Recuerdo a una alumna que me decía, entre nervios y sonrisas: “prefiero que me evalúen cocinando, no con pruebas escritas que me hacen sentir que no sirvo”. Esa frase me hizo pensar cuántas veces la evaluación, en lugar de ser una herramienta de inclusión, termina reforzando desigualdades.
Uno de los docentes me contaba que solía ofrecer distintas formas para rendir: una receta escrita, una exposición oral, una práctica en clase. “Se trata de que cada uno pueda demostrar lo que sabe a su manera”, me dijo. Otro, en cambio, sostenía que todos debían adaptarse al mismo esquema porque “así es el trabajo real”. Y en ese contraste aparece una pregunta clave: ¿nos adaptamos nosotros a las trayectorias de los estudiantes o esperamos que todos encajen en un mismo molde?
Silvia Gvirtz (2009) diría que educar hoy implica desafiar las prácticas establecidas cuando no logran dar respuestas a la complejidad. Y la evaluación no escapa a eso: muchas veces permanece estática frente a estudiantes que son todo lo contrario.
A partir de todo lo que observé y escuché —las prácticas, las tensiones, las buenas intenciones que no siempre se concretan— surgió un Plan de Mejora Institucional que no fue pensado para una tesis, sino para una escuela real. Un plan que nació del aula, de las charlas de pasillo, de los gestos entre docentes y estudiantes, y que intenta transformar desde adentro las formas en que evaluamos.
El plan propone, ante todo, correrse de la lógica de la evaluación como cierre o castigo, y empezar a pensarla como parte del proceso de enseñanza. Invita a usar instrumentos variados, a construir rúbricas claras, a incorporar proyectos reales que conecten lo aprendido con el mundo del trabajo. Propone también detenerse en el camino, ofrecer retroalimentación continua y personalizada, escuchar más que corregir. Insiste en la importancia de mirar el proceso y no solo el resultado, y en que evaluar también puede ser una forma de cuidar. Porque cuando un estudiante se siente visto, valorado y respetado, el aprendizaje se vuelve más posible.
Nos recordarían Anijovich y Cappelletti (2018) que evaluar no es simplemente calificar, sino retroalimentar para seguir aprendiendo. Y si lo pensamos así, cada instancia evaluativa puede ser también una instancia de diálogo, una oportunidad para recuperar el sentido de lo que hacemos en el aula.
En ese mismo camino, el plan incluye la posibilidad de incorporar prácticas de autoevaluación y coevaluación entre pares, tanto en actividades prácticas como teóricas. Esas instancias, cuando están bien acompañadas, fortalecen la autonomía del estudiante, su reflexión crítica y su compromiso con el aprendizaje. No son meros ejercicios: son actos de construcción subjetiva. Romero (2010) insiste en que enseñar a evaluar-se también es formar ciudadanía, y esa es una oportunidad que no deberíamos dejar pasar.
Otra herramienta que adquirió fuerza durante la experiencia fue el uso del portafolio. Al principio parecía una estrategia más, pero pronto entendí que era mucho más que eso. El portafolio permite al estudiante tomar conciencia de su propio proceso, recuperar sus logros, observar sus avances. Para el docente, además, es una guía de seguimiento, un mapa de trabajo valioso.Lewin (2019) suele decir que lo que no se registra, se olvida. Y creo que el portafolio es justamente eso: una memoria pedagógica viva.
Otra línea fundamental del plan es la formación docente. No se trata solo de proponer que se evalúe de otra forma, sino de acompañar esa transformación con espacios de reflexión, talleres, experiencias compartidas. Muchos docentes me dijeron que les gustaría evaluar de otro modo, pero que no saben cómo empezar. Y en esos casos, el acompañamiento institucional, el trabajo colectivo, el tiempo para pensar lo pedagógico, hacen una gran diferencia.
Hubo frases que marcaron este recorrido y que hoy siguen resonando. Una alumna me dijo: “cuando me explican qué me faltó y me dan otra oportunidad, no me caigo… me levanto con más ganas”. Una docente me confesó: “a veces corrijo como puedo, pero siento que me falta tiempo para mirar más a cada uno”. Y así, entre lo que falta y lo que se puede, el plan va tejiendo una propuesta posible. No es un recetario. Es una invitación.
De esta experiencia también surgieron algunas recomendaciones que, creo, pueden ser útiles para quienes trabajan en instituciones como los CCT. Empezar por diseñar instrumentos comprensibles, que no sirvan solo para poner una nota, sino para orientar el aprendizaje. Ofrecer más de una forma de rendir, porque no todos se expresan igual. Acompañar con retroalimentación clara, afectuosa y específica. Observar el proceso, no solo el producto. Pensar colectivamente la evaluación y no dejarla librada a cada docente. Sobre todo, formarse y seguir aprendiendo, porque la evaluación también nos interpela a nosotros.
Transformar una escuela no es solo cambiar documentos o normas, nos diría Blejmar (2025), sino construir sentidos nuevos, con otros. Y en ese trabajo, la evaluación tiene un rol central: es una bisagra entre lo que enseñamos y lo que creemos que el otro puede llegar a ser.
Después de todo este camino, no puedo pensar la evaluación como un acto neutro. Evaluar es decidir, pero también es acompañar. Es nombrar, pero también es abrir posibilidades. Y si lo hacemos con sensibilidad, con criterio y con compromiso, puede ser una de las formas más poderosas de transformar. A otros. Y a nosotros mismos.
Referencias bibliográficas
- Anijovich, R., & Cappelletti, G. (2018). La evaluación en el aula. Paidós.
- Blejmar, B. (2005). Hacer escuela: Gestión institucional con sentido pedagógico. Paidós.
- Gvirtz, S., & Podestá, M. E. (2009). La escuela y los desafíos de hoy: Entre la autoridad pedagógica y la construcción del conocimiento. Paidós.
- Lewin, L. (2019). Enseñar con emociones. Editorial Bonum.
- Romero, C. (2010). La escuela media: desafíos y propuestas. Editorial Noveduc.
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